En las reuniones con familia y amigos, compartimos el balance de lo realizado durante el año.
Pero los sentimientos se mezclan: aparecen alegrías por logros obtenidos, tristeza por quienes no están, apuro por cosas que pensamos que deberíamos haber hecho pero no pudimos hacer. Sin embargo muchas personas no hablan de sus emociones y eso las puede enfermar. Desde la medicina se ha comprobado que la imposibilidad de reconocer, expresar o encauzar las emociones genera padecimientos en las personas, deja huellas, influye en la recuperación por las enfermedades, en los pos-operatorios y en la posibilidad de sostener un tratamiento hasta el final. En esta época en los consultorios vemos que mucha gente se entristece, se pone ansiosa, se agravan algunas dolencias y comienzan a aparecer síntomas físicos. Llamamos emoción a un estado que incluye la movilización de la energía psíquica, junto a cambios orgánicos que llevan a la acción y que surgen como respuesta inmediata a un estímulo externo o interno.

¿Existen emociones negativas y positivas?

Si bien cada cultura premia algunas emociones sobre otras, todas ellas son mecanismos de supervivencia esenciales para la vida:
– El miedo nos pone en alerta y nos permite alejarnos del peligro.
– La ira proporciona la energía suficiente para cambiar situaciones que pueden ser adversas para el grupo o para uno mismo.
– La tristeza da el espacio para metabolizar una pérdida, poder capitalizarla como experiencia vital y traducirla en crecimiento.
– La alegría nos permite disfrutar de los regalos de la vida y mirar positivamente a nuestro alrededor.
Cualquier emoción puede perjudicarnos por exceso, defecto, injustificación, inadecuación, pero sobre todo cuando somos incapaces de reconocerla, expresarla o canalizarla. Las emociones nos sirven para realizar nuestros deseos, pero para ello hay poder regularlas. Sin embargo, no nos han enseñado a hablar de lo que sentimos. Y normalmente no vemos como un problema que las personas no puedan regular sus emociones, decir con educación lo que les molesta, saber “escuchar” sus sentimientos y los de los demás. Por eso, proponemos escuchar los sentimientos, aprender a ponerlos en palabras y dedicar tiempo a escuchar a otros, para que puedan compartir sus emociones. Y sobre todo practicar el amor, el mejor afecto para la convivencia, la emoción del intercambio y la generosidad recíproca.
Una familia o un grupo prosperan si entre ellos hay mucho más amor que agresividad. Para ello las competencias y los temores han de reconducirse hacia pactos generosos en los que todos cedan para ganar todos. Podemos comenzar a transitar un nuevo aprendizaje, si aprendemos a reconocer más a fondo las emociones, las nuestras y las de los otros, para comenzar a leer y escribir una nueva realidad.
Sobre la autora:
Dra. Alejandra Sánchez Cabezas
(MN 68385)
Directora de Proyecto Surcos
www.proyectosurcos.org

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