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Sabemos desde nuestra experiencia como psicoanalistas que la esperanza es lo último que se pierde. ¿Pero qué me dicen de aquellos que llegan con una urgencia subjetiva y a quienes luego de un proceso llamaremos “pacientes”?. ¿Poseen verdaderamente paciencia? Es un tema cuestionable.
Propongamos llamar ESPERANZA a aquella capacidad de espera “desesperada”, no desesperanzada, que hace que todo sujeto logre un recurso de postergación saludable. Y prolongando su tiempo, construya un camino que le resulte sinuoso, pero a la vez satisfactorio y tentador. Cuyo objetivo será llegar a una meta y concretar un “proyecto para la vida”. Esperanza es entonces, saber esperar. Creer que existe algo o alguien más para mí destino. Entender que no estamos solos, sino que el universo está a nuestro alrededor y estemos donde estemos, nos encontraremos amparados. Entendiendo así, que no somos individuos aislados, sino la integración de un conjunto.
La esperanza al igual que la RESILIENCIA, son dos factores psíquicos capaces de otorgar una respuesta inédita que surge en el individuo a partir de la irrupción de un evento dramático de la vida. Como puede ser un duelo, una separación, un accidente, una catástrofe, entre otros devenires existenciales.
Para entender aquello, les propongo pensar en una vieja y clásica alegoría; la del famoso y conocido “Mito de las Cavernas” que describe Platón en su libro la “República”. Allí, el pensador nos presenta un grupo humano que bajo circunstancias de apremio y privación de la libertad, tienden a percibir el universo de manera distorsionada.
Al igual que los prisioneros de la caverna que sólo ven las sombras de los objetos, nosotros vivimos en la ignorancia absoluta cuando nuestras preocupaciones se refieren al mundo que se ofrece a los sentidos. Nos pide Platón, imaginar que somos como unos prisioneros que habitan en una caverna subterránea. Estos prisioneros desde niños están encadenados e inmóviles, de modo tal, que sólo pueden mirar lo que sucede allí abajo. Sin poder ver más allá de unas sombras proyectadas en una simple pared. En ese mundo subterráneo, los prisioneros sienten que su vida les parece insoportable. Sin embargo, si intentásemos desatarlos y conducirlos hacia la luz, muchos de ellos lograrían salir a la libertad. Más unos pocos, podrían adaptarse exitosamente a la nueva vida de allí afuera.
¿Cuántas veces en nuestro basto universo clínico hacemos que nuestros pacientes evidencien la luz por sobre la oscuridad? Y sin embargo, somos condenados por ello desde la transferencia negativa, la resistencia al tratamiento, a la curación y el abandono de quien, supuestamente, deseaba ver la luz por sobre las tinieblas. ¿En cuántas ocasiones somos capaces de abrir la jaula y deseando que el pájaro se escape, seguimos viéndole dentro de la misma como si ésta se tratase de un fuerte o una morada segura? ¿Hasta dónde encender la luz y hasta donde seguir dormidos en la oscuridad? Entender que la realidad es una respuesta ruidosa, estruendosa y luminosa. Que se encuentra al alcance del sujeto en el instante mismo en el que éste logra librarse de todas sus ataduras.
La jaula es el mito o la novela que cada quien decide armarse para darle sentido o mayor dramatismo a su realidad. Ahora bien; ¿Que sucede cuando la realidad se cae? El develamiento de las máscaras hace que ya no podamos vivir bajo la ingenuidad. Es allí, donde el sujeto no tiene de donde aferrarse. El momento de la cruda verdad de la realidad…
¿Por qué debemos atarnos a algo o a alguien? ¿Acaso necesitamos creer? ¿O somos como niños que aunque sepamos que Papá Noel, los Reyes Magos y el Ratón Pérez ya no existan de adultos, necesitamos tener la certeza de que algo seguirá vivo, allí donde todo estará vacío?
Desde ese marco la realidad se llena de ficciones, a veces verdaderas, otras no tanto. Para dar una cuota de verdad a lo que jamás va poder ser ni pensarse como una realidad objetiva. Así, iniciamos el arduo trabajo psíquico que al igual que otros trabajos; de duelo, de parto, laboral, vocacional, entre otros. Debamos invertir cierto tiempo y energía. Y claro está, nuestra cuota única y personal. Aquel talento particular que hace que lo hagamos sea peculiar y distinto entre todos los demás. No podremos predecir qué respuesta nos dará una persona en una situación extrema o dolorosa. Pues cada ser humano tomará los hechos de manera subjetiva y diferente. Pero quizás entender, que si logramos ser resilientes y mantener intactas nuestras esperanzas, nos sentiremos más renovados y felices.
Sobre la autora
Lic. Sabrina Ruth Liñeira
Psicóloga Clínica y Psicoanalista
Facebook Sabrina Liñeira
licsabrinaruth@yahoo.com.ar

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