Llego a casa, rendida después de un largo día de trabajo y mi deseo es sentarme a conversar un rato con mi pareja, para encontrar un remanso dentro del caos y el cansancio. Él sólo quiere sentarse a mirar televisión. No me habla, ni siquiera me mira. Me siento tan sola… Y no encontramos la manera de volver a estar juntos como antes.

Esta escena, con distintas variantes, refleja una realidad que sufren muchas parejas, de diversas edades y tiempos de duración. Hay momentos en los que directamente parece que ambos hablaran distintos idiomas. O que cada uno viviera en un mundo distinto.

Observar qué está pasando y qué no pasa

El primer paso para resolver esta situación, incómoda y dolorosa al menos para uno de los dos (suele serlo para ambos, aunque no se den cabal cuenta) es observar en hechos concretos y sin juicios, lo que está ocurriendo y lo que no. Por ejemplo, un registro podría ser que de las 16 horas que están despiertos, sólo comparten 3 (digamos en las comidas) y que en esos momentos cada uno hace una actividad diferente (uno lee el diario, mientras el otro mira televisión).También se puede observar algo que sucedía y que ya no ocurre: por ejemplo, que después de hacer el amor se quedaban conversando en la cama durante un largo rato.

Detectar qué estoy sintiendo

En segundo lugar, es necesario registrar los propios sentimientos frente a la situación. En el ejemplo del principio, la persona advierte su sensación de soledad. También podría sentir frustración, rabia, tristeza, angustia. Lo importante de los sentimientos es que son propios. Lo que a cada uno le pasa es suyo, la otra persona le funciona de espejo para esa sensación.Uno de los componentes del amor, sin embargo, es el cuidado, que incluye la atención a los sentimientos y necesidades emocionales del ser amado. En una relación amorosa, y en especial la de pareja, en la que somos espejos muy fieles del otro, si una de las dos personas expresa algún sentimiento de incomodidad o desagrado, la solución no es decirle: «eso es tuyo; fíjate que haces con ello», sino abrir el corazón para encontrar una manera amorosa de transformar el sentimiento desagradable.

Qué necesito, que no estoy encontrando en la relación

El siguiente paso para la reconexión es darse cuenta de las propias necesidades insatisfechas subyacentes a esos sentimientos desagradables. Alguien podría detectar que necesita escucha por parte de su pareja. Otro podría necesitar espacio, aire. Hay quien podría necesitar más contacto físico, mayor frecuencia de relaciones sexuales.

Cuando no encontramos eco a nuestras necesidades en un ámbito determinado, se reitera un mecanismo muy primario, infantil, en el cual la satisfacción y la plenitud están asociadas a la conexión, a la presencia del otro significativo (la madre). Hay quienes sostienen que en nuestras relaciones de pareja repetimos el vínculo con nuestra madre (sin importar el género).

Cuando hay presencia, mirada, contacto, sostén, respeto, sentimos conexión. Que es precisamente aquello que sentimos hemos perdido en nuestra relación actual con nuestra pareja. Más allá de que necesitamos encontrar la propia madurez emocional, cada uno lo hace a su ritmo. Sería poco respetuoso intentar que el otro lo haga al nuestro, sin respetar el suyo. Y la clave para madurar es mirar hacia adentro. Observar los propios huecos emocionales para poder responsabilizarse de ellos y, eventualmente, pedir lo que necesitamos y llegar a acuerdos mutuamente satisfactorios.

Abrir el espacio para preguntarle a mi pareja qué siente y qué necesita

Una vez descubiertos mis propios sentimientos y necesidades, es indispensable abrir el espacio para registrar también los del compañero. En muchas ocasiones, estamos tan centrados en nuestra propia vivencia de las circunstancias, que nos olvidamos de que en una relación hay dos. Podemos estar tan tomados por las emociones (la rabia, el dolor, la frustración) que no nos damos cuenta de que a la otra persona también le están pasando cosas. Simplemente dejamos de verlo y es como si estuviéramos solos, con la ilusión de que hay un otro, que en realidad es una imagen propia que nos formamos de lo que nos gustaría que fuera el otro. Por ejemplo, la mujer del principio podría no darse cuenta de que su pareja necesita un rato de soledad, desconectarse de sus propios pensamientos y caos internos para luego re-encontrarse con ella. Pero como ella está muy atenta a sus propias necesidades, y completamente dominada por su sentimiento de soledad, no ve las de él.

Para ello hace falta estar atentos y abiertos al diálogo (en el momento justo).
   
Sobre la autora
Verónica Kenigstein
-Facilitadora de procesos de transformación transpersonal
-Sexóloga -Especializada en parejas y en comunicación
www.campodeconciencia.com

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