¿Obediencia o elección?
La relación entre seres humanos y animales está cambiando de cualidad. Cada vez más personas están empezando a entender que los animales son seres sintientes, inteligentes, con capacidad de tomar decisiones, tanto como nosotros, con algunas diferencias como el lenguaje verbal y el desarrollo sofisticado de la inteligencia creativa.
Durante muchos años, los animales fueron considerados “cosas”, objetos que podían (y de hecho eran) poseídos por las personas. Incluso actualmente, hay muchas personas, incluso entre los defensores de los animales, que siguen llamando “dueños” o “propietarios” a los seres humanos en cuyas familias hay integrantes animales. Desde mi punto de vista, esta nomenclatura sigue perpetuando un paradigma antiguo y poco respetuoso de la identidad e individualidad de los animales no humanos.
Dicho de manera simple, todos establecemos relaciones.
Relaciones
Uno de los beneficios que aportan los animales a nuestro autoconocimiento es que nos reflejan de una manera muy pura nuestra manera de relacionarnos. Cuando observamos nuestro vínculo con los animales que conviven con nosotros o con alguien con quien queremos empezar a tener una relación, podremos ver nuestra actitud hacia un otro.
La experiencia de los integrantes del reino animal, incluyendo al homo sapiens, incluye cinco dimensiones: la física (de la que forman parte los procesos cerebrales, el uso del cuerpo y los instintos), la emocional (integrada por las emociones y sentimientos que nos impulsan a actuar o dejar de hacerlo), la mental o cognitiva (que nos permite pensar, tomar decisiones, recordar, creer, aprender), la social o vincular (en la cual ocurren cuestiones distintas en nuestra relación con otros, lo que depende de ambos integrantes del vínculo, lo que traen en ese momento y en esa situación particular sobre la base de su historia y la confianza que se desarrolle entre ambos) y la espiritual (en la que están presentes patrones energéticos, la esencia de cada uno y a la que accediendo se encuentran, en la mayoría de los casos las causas y soluciones de aquello que nos ocupa y -a veces- preocupa).
Los animales no humanos también responden a estos niveles de experiencia. Comprender esto nos invita a reflexionar sobre nuestra supuesta “supremacía” sobre todos los reinos en el planeta.
Pensemos por un momento en una relación con un integrante de nuestro grupo social, llámese pareja, familia, amigo, compañero de trabajo. Esta relación estará atravesada por estas cinco dimensiones.
La dimensión física incluirá las conductas concretas, los actos, la manifestación real de todo lo creado en niveles más sutiles.
La dimensión emocional nos invita a estar atentos a las emociones tanto propias como del ser con quien nos estamos relacionando, para favorecer la armonía y el respeto de ambos.
Por otro lado, la dimensión mental o cognitiva nos propone estar atentos a pensamientos, decisiones, creencias, mandatos, ideas, aprendizajes que dirigen nuestros respectivos comportamientos.
La dimensión social o vincular propone incluir a ambos en la experiencia, sabiendo que siempre nos relacionamos con alguien, en un vínculo siempre hay dos, a quienes les pasan distintas cosas entre ambos y quizás también haya diferencias en la relación de cada uno con otros.
El nivel espiritual de la experiencia permite comprender la esencia auténtica, el propósito de la encarnación, la misión de vida, los valores universales.
Jerarquías
En un grupo social existen las jerarquías. En general, estas diferencias tienen que ver con el grado de autoridad que tiene cada uno de los individuos en el grupo, autoridad que puede variar según la situación. La autoridad puede ser legítima o impuesta.
Cuando es legítima, los miembros del grupo reconocen voluntariamente a este ser de mayor jerarquía como el que tiene la potestad de tomar decisiones de índole grupal (o vincular) o quien establece las normas de funcionamiento de la comunidad. Esta autoridad (cuya manifestación es el liderazgo) tiene su base en el respeto y la confianza. Los integrantes del conjunto reconocen en su líder a alguien seguro de sí mismo, que sabe por qué y para qué se hacen las cosas y acatan sus propuestas o decisiones porque les resulta armónico y natural.
Por otra parte, el liderazgo o la autoridad también pueden ser impuestos: desde el miedo o el terror, desde el castigo, aplicando correctivos o límites (en general unilateralmente) para lograr un comportamiento determinado, imponiendo normas que escuchan solamente una parte de la historia, sin poner en juego la empatía (reconocer necesidades y emociones del otro). Esta autoridad no suele ser legítima y quien obedece lo hace para evitar el dolor o el castigo. Pero este ser, en libertad, haría otra cosa, tomaría otra decisión.
Adiestramiento o educación
El concepto de adiestramiento proviene del ámbito militar. Es el proceso a través del cual se enseñan habilidades para hacer diestro a alguien en alguna disciplina. El ámbito militar es rígido y determinante. Si quien recibe el adiestramiento o la instrucción no responde como se espera al entrenamiento, recibe castigo o límites que le impiden tomar libremente sus decisiones. Se basa sobre la obediencia, partiendo del supuesto de que quien adiestra o entrena define las normas y sabe mejor que el otro lo que es mejor para todos.
Personalmente, prefiero el concepto de educación, que es el proceso que permite ofrecer a otro la posibilidad de conocer diversas opciones que le permitan tomar decisiones con conciencia, más allá de condicionamientos.
El nuevo paradigma de la educación (de animales humanos y no humanos) está empezando a registrar la individualidad de los educandos para adaptar el desarrollo del aprendizaje a sus ritmos, emociones, preferencias y características.
Obediencia o convivencia
Sobre la base de lo que acabamos de explorar, es necesario que veamos a los animales como partes de nuestro sistema social: perros, gatos, caballos u otros (entre los que contamos a otros humanos), cada uno con las cualidades específicas de su especie.
Cada individuo tiene sus propias particularidades, que responden a su especie, a su grupo cultural (raza) y a su individualidad. Entonces, la relación que necesitamos construir con quienes deseamos convivir en armonía, de quienes queremos el respeto y una experiencia natural y generadora de felicidad mutua, debe tomar en cuenta todo esto que acabamos de explicitar: las dimensiones de la experiencia, y las jerarquías naturales que suelen (o sería lo óptimo que lo estuvieran) estar determinadas por el nivel de conciencia.
¿A qué me refiero con nivel de conciencia? Si alguien puede ver las cosas en perspectiva y tiene la capacidad de percibir cada situación dentro de un contexto y de un panorama más amplio de lo que ocurre en apariencia, tiene un nivel de conciencia mayor o más alto que alguien que se queda “atrapado” en una vista más baja, con menos posibilidad de comprender para qué tiene lugar cada evento en la vida, qué lugar ocupa esa pieza en el rompecabezas completo.
¿Qué define una buena convivencia? Una en la cual todos los individuos tienen sus necesidades satisfechas, sus emociones son tomadas en cuenta y su individualidad es respetada.
Un ser (llámese niño humano, persona adulta, perro, gato, caballo, vaca, chancho, loro o ponga usted la especie que quiera) estará contento de hacer lo necesario para vivir bien con otros, siempre y cuando estas tres condiciones estén presentes.
Un caballo podrá escuchar nuestro pedido de algo específico si podemos percibir su miedo (base de su supervivencia) y su elección de actuar respetando su propia existencia y acompañamos el proceso de aprendizaje con paciencia y sin forzar.
Un perro acatará las normas de la casa en la que vive si se siente considerado y satisfecho en sus necesidades básicas. Su familia humana será su referente y la respetará porque siente un amor que así se lo indica.
Un gato respetará límites y normas porque también se siente respetado y tomado en cuenta.
Entonces, simplemente, lo que hace falta es amor. En el verdadero sentido de la palabra: cuidado de las necesidades y las emociones, respeto de la individualidad, conocimiento de aquél con quien nos relacionamos (sus características, necesidades, emociones, preferencias) y responsabilidad para actuar en consecuencia.
Sobre todo, es necesaria la paciencia para escuchar, para aprender, para enseñar aquello que es necesario para lograr una convivencia en paz. Y humildad para sabernos tan partes de la Tierra como cualquier otro ser vivo que la habita.
Sobre la autora:
Lic. Verónica Kenigstein
Terapeuta especializada en vínculos conscientes y comunicación entre especies.
www.habloconanimales.com
www.encuentroconcaballos.com

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