En materia de agresiones, se destacan dos clases básicamente: la agresividad abierta y la agresividad encubierta. En el primer caso (agresividad abierta), el comportamiento agresor se da de manera directa y palpable: es evidente a todas luces.
En el segundo caso, la agresividad encubierta, el comportamiento agresor se da de una manera más sutil, oculta o, en otras palabras, camuflada y engañosa; es decir, conlleva un importante grado de manipulación.
La diferencia esencial entre una y otra, radica en la forma como se manifiestan las verdaderas intenciones de la persona causante del acto agresor.
 
Señales que te permiten identificar la agresividad encubierta
No son siempre fáciles de reconocer. Aunque todas las personalidades agresivas tiendan a usar estas tácticas, los agresivos encubiertos generalmente las usan hábilmente y de manera sutil:
 
La mentira: cuando la verdad “nos queda grande”
Es quizás la modalidad más evidente de agresión encubierta, la manera más común de violentar a otra persona, por el hecho de falsear, en mayor o menor grado, alguna verdad que atañe a ella.
Si se oculta algo a alguien, bien sea diciéndolo o callándolo, es quizás por el temor o el deseo de no querer enfrentar una realidad. Esto, se presume, sin el permiso o el consentimiento de la otra persona, con lo cual se le está agrediendo, de manera grave o leve, según sea la dimensión de la mentira.
De ahí que cuando se conoce la verdad, normalmente lleva a un conflicto, con lo cual se descubre que efectivamente existía una agresión. De otro modo, no habría lugar a malentendidos.
En este se refleja que hay ocasiones en las que la verdad es más grande que nosotros mismos y termina por doblegarnos. Esto es un círculo vicioso que regula un sinnúmero de relaciones sociales y poco a poco las deteriora, incluso, hasta consumarlas.
 
La culpabilidad: ser “víctima” de sí mismo
Es cuando nos ponemos en el papel de “víctima”, en cualquier situación de conflicto. Sentimos o queremos sentir que, verdaderamente, somos objeto de una “injusticia”, la cual se origina en la otra persona o en el grupo de personas involucradas en la disputa.
Es un modo típico de evadir nuestra responsabilidad, puesto que, al colocarnos en un contexto de indefensión y desamparo, la única vía que vemos posible para “ganar” la contienda, es introducir el sentimiento de culpabilidad; una culpabilidad que termina siendo más contundente que los mismos hechos.
El lema o el guión es: al mostrarme, consciente o inconscientemente, como un “sacrificado” de las circunstancias, las demás personas sentirán compasión de mí y me complacerán hasta los más tontos caprichos
Paradójicamente, el más débil pasa a ser el más fuerte: se hace más fuerte en su debilidad, que el fuerte en su fortaleza. Hacer sentir culpa, evidentemente “funciona”; y es una forma encubierta de agredir a otros, ya que se les manipula.
Avergonzar: utilizar el poder para minimizar a otros
Es cuando minimizamos la esfera o la condición humana de alguien, quizás con el fin de sentirnos más que los demás o de ridiculizar a otra persona, ocultando el posible rechazo o rencor que se siente por ella. Es un poder soberbio ejercido sobre una debilidad, error o deficiencia.
Porque siempre que avergonzamos a otra persona pasamos por encima de ese alguien, de manera agresiva y hasta aplastante. Lo anterior, bien por motivos de una necesidad de sentirnos mejores que los demás, o bien por razones de un rechazo hacia esa persona. Inclusive, en varias ocasiones, por ambos motivos.
Por ejemplo, cuando se ridiculiza a alguien en público, burlándose de esa persona, se puede hacer parecer como una simple broma, pero quizás el verdadero trasfondo de las cosas puede ser mucho mayor: la real intención puede ser pasar por encima de ese alguien para agredirlo sustancialmente.
Seducir: la falsedad de “jugar” con el ego propio y el ego ajeno
Es cuando adulamos o impresionamos a otras personas para conseguir nuestros objetivos: nos valemos de cualquier debilidad, por lo general relativa al ego de un individuo, para conseguir cualquier tipo de propósito.
La agresividad encubierta está, no en los eventuales detalles “bonitos” que podamos tener con alguien, sino en “jugar” con los sentimientos de otra persona para disfrazar una determinada situación, con el objeto de lograr un fin oscuro o egoísta
Es entrar en la “ambivalencia” del ego propio y del ego ajeno, puesto que muy probablemente parto de una mentira, que la otra persona se cree de algún modo; o incluso, parto de una supuesta verdad, que el otro sobredimensiona
Sin duda, un “juego” absurdo que no prosperará y en el cual ambas personas perderán. Obviamente, la agresividad encubierta viene dada, de nuevo, por la intención, la manipulación y, en consecuencia, por el hecho de utilizar a las personas como si fueran objetos o medios para lograr cualquier finalidad.
La ausencia: cuando estando, no estoy
En este último caso, aunque la persona está presente físicamente, mental, cognoscitiva o emocionalmente, parece estar lejos de la situación objeto de conflicto, en un evidente comportamiento de “todo me importa nada”; es decir, “puedes irte con tus opiniones o reclamos a otra parte”.
Esta conducta se ve reflejada, entre otras actitudes, en el silencio, en mirar a otras partes y no a la persona directamente, en el fastidio de escuchar y atender a lo que me están diciendo, o simplemente en responder con frases muy cortas, poco dicientes y sin argumentos, al asunto objeto de controversia.
Finalmente, en este escenario de la agresividad encubierta, vale decir que la conducta de un “buen manipulador” jamás será obvia. Y que quien manipula, algo esconde; y algo necesita, que no puede o no quiere lograr por sus propios medios.
 
Negación – Esto es cuando el agresor rechaza confesar que ellos han hecho algo dañino o hiriente cuando claramente lo hicieron. Es una manera de mentir (a ellos, así como a otros) sobre sus intenciones agresivas. Esta táctica del «¿Quien?… ¿Yo?» es una forma de «jugar al inocente», e invita a la víctima a sentirse injustificada al encarar al agresor sobre su comportamiento inadecuado. Esta es también la forma en que el agresor se da el permiso de tener la razón en hacer lo que ellos quieren hacer. Esta negación no es de la misma clase de la negación de una persona que acaba de perder a un ser amado y que no puede aceptar completamente el dolor y la realidad de la pérdida. Aquel tipo de negación es principalmente una «defensa» contra una ansiedad y daño insoportable. Entonces, la negación anterior no es principalmente una «defensa», sino que una maniobra que usa el agresor para conseguir que otros se echen para atrás, descolgarse o sentirse tal vez hasta culpable por insinuar que él hace algo incorrecto. […]
Nota: El reconocimiento de estas señales nos prepara mentalmente para la acción decisiva que debemos tomar a fin de evitar ser atropellados. No necesariamente una personalidad agresiva encubierta indique que estamos frente a una psicopatía, ya que esta personalidad se expresa en niveles de narcisismo que no llegan a niveles patológicos. Sin embargo, esta personalidad se ve acrecentada en individuos que padecen del trastorno psicopático.
 
Para TodoSalud:
Vera Alaniz
Fuente, libro:
En la ropa de oveja: comprensión y trato con personas manipuladas de George K. Simon Jr. Edición de bolsillo.
 

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