La enfermedad de Alzheimer se caracteriza por la alteración progresiva de las principales funciones intelectuales (memoria, orientación témporo espacial, lenguaje y más).
Los síntomas suelen comenzar de a poco, alrededor de los 65 o 70 años de edad y van evolucionando progresivamente con el correr del tiempo, involucrando cada vez más áreas de la vida del paciente. Si bien para poder realizar el diagnóstico de enfermedad de Alzheimer, por lo menos 2 áreas cognitivas deben encontrarse alteradas (establecidas por pruebas neuropsicológicas orientadas a tal fin), la función cognitiva primariamente afectada es la memoria. Los primeros síntomas están relacionados con el olvido de eventos recientes, a veces intrascendentes cómo que se comió en la cena el día anterior o las actividades del fin de semana. A medida que la enfermedad avanza, el déficit amnésico se multiplica abarcando información importante como el nombre de familiares, eventos del pasado remoto (su historia) e incluso provocando una incapacidad para almacenar nueva información. Considerando a la memoria como la capacidad para registrar, almacenar y recuperar información desde distintas modalidades sensoriales (visual, auditiva, táctil y más), a la hora de pensar en su estimulación, deben tenerse en cuenta todas las etapas enumeradas. En la enfermedad de Alzheimer, el proceso más afectado es el almacenamiento de información. Es por eso que la información no se recupera -aún cuando a la persona se le den “pistas” para ayudarla a recordar- debido a que la misma no llegó a “archivarse” en el almacén de memoria. Partiendo de la premisa que no es posible la restauración total de las funciones perdidas, el objetivo es estimular los aspectos cognitivos preservados para mantenerlos activos y en funcionamiento el mayor tiempo posible. Es por eso que no sólo se trabajan los procesos de la memoria aún conservados sino que se suma a esto la estimulación del lenguaje (habla, lectura y escritura), la atención, el razonamiento abstracto, etc.
Se ofrecen ejercicios pautados, específicos por función y modalidad sensorial, adaptados según el nivel de severidad del deterioro. Si bien las tareas desafiantes suelen ser muy motivadoras, se debe evitar que la dificultad sea tal que termine frustrando al paciente, provocando incluso que se niegue a participar. Los requisitos principales de estas actividades es que tengan consignas breves y claras, se cuente con apoyatura visual y auditiva, y se ofrezca asistencia en su realización. Es indispensable evitar los formatos infantiles, para que las tareas resulten atractivas e interesantes. En conclusión, dado que las demencias son trastornos progresivos, los objetivos del tratamiento necesariamente irán cambiando con el tiempo, de manera de ir reflejando esta trayectoria. La estimulación cognitiva mantiene un enfoque individualizado (aún cuando el abordaje sea grupal) “a la medida” del paciente, que pretende involucrar al individuo, a la familia y a los profesionales en la búsqueda de metas personalmente relevantes. El énfasis no está puesto solamente en mejorar la performance en tareas cognitivas en sí mismas sino en dar apoyo al funcionamiento general en la vida cotidiana y, en algunos casos, intentar reducir la velocidad de avance del deterioro.
Sobre la autora
Romina Tirigay
Psicóloga
www.residenciamanantial.com.ar

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