Se podría afirmar que lo que hoy se conoce como autismo habla de un comportamiento de los niños que se observa desde el nacimiento mismo.
Mayormente los varones en proporción de 4 a 1 respectos de las niñas, de lo que se ha alertado en lo académico hace más de 5 décadas, pero que en realidad a pesar de los relatos diferentes del fenómeno es posible que se haya producido desde siempre, dado que están involucrados comportamientos propios del ser humano.
Algunos acontecimientos masivos y singulares sirvieron para colocar en el espacio público el problema: las violaciones utilizadas como armas en todas las guerras siempre dejaron como secuela niños abandonados, y en ellos aparecían comportamientos que recién ahora reconocemos similares a los identificamos como autistas, y lo mismo ocurre actualmente en aquellos abandonados en tachos de basura, en parques, en las puertas de hospitales, iglesias, plazas y demás.
Aquí conviene remarcar dos cuestiones: las consecuencias de los abandonos las padecen los bebés y sus madres y familiares y el tipo de comportamiento que desencadena no necesariamente es considerado por los progenitores como un serio problema serio sino un mal comportamiento que ellos corregirán con el tiempo. Esto produce de hecho un ocultamiento de casos que de esta manera se hacen invisibles a los sistemas de salud pública. El segundo problema es que el autismo al no producir indicadores biológicos (medibles en un laboratorio) y el escaso entrenamiento de profesionales en diagnósticos más precisos por observación prolongada en el hogar de residencia habitual del niño u hogares de tránsito especializados, no les permite ponderar bien lo obvio, que es la incomunicación del niño con la madre, el hecho central del cual se deriva todo su comportamiento anormal.
Los signos más claros y repetidos que llevan a pensar en un autismo, y que aparecen a la observación fundamentalmente por las madres, son la falta de sonrisas frente a una estimulación habitual de gestos y balbuceos, el estar permanentemente aislado en acciones repetidas y como en guardia, evitar la mirada y rechazar ser tocado o acariciado. Poco después no muestra interés alguno y hasta rechazo al estimularle el habla, que no pide nada claramente, ni aceptación ni rechazo a lo que se le ofrece, pero pega grititos y hasta se abalanza sobre algo que aparentemente desea.
En juegos con piezas realiza movimientos repetidos una y otra vez. No realiza movimientos con juguetes que podrían representar otra cosa (ausencia de representaciones simbólicas). Llega a repetir algunas palabras que ha escuchado sin que tenga utilidad o signifique algo. Presenta poca o nula reacción frente a un acontecer que seguramente le es algo físicamente doloroso. No muestra interés por congéneres de su edad, pero si en cachorros de perros lanudos, frente a los cuales no muestra temor alguno y hasta diríamos que se comunica (1).
Pero lo que resulta extraordinario y muy llamativo es la incomunicación con sus padres, muy especialmente con su madre, su padre o sus hermanitos. Puede decirse que un autista tiene una falta de desarrollo o bien un bloqueo del sentido del apego, y colateralmente de la empatía (sufrir ante el sufriente), de los lazos familiares afectivos y amistosos. Pero como los autistas no tienen defectos de percepción sensorial en los sentidos de los cuales depende para constituirse, cabría pensar que es la percepción del abandono lo que bloquea esa compleja conjugación. El abandono equivale a peligro inminente de muerte próxima, y ello nos lleva a asimilarlo al fenómeno del coma natural, que en muchos animales y el hombre ante una situación similar produce un bloqueo de respuestas a todo estímulo que le llegue.
Todo ocurre como si el niño autista no cuenta al nacer con una “plataforma de lanzamiento” desde la cual lanzarse a explorar el mundo luego del parto, que no tiene amarras para afirmarse, que son los vínculos de reconocimiento sensorial, y que por lo tanto su comportamiento hace pensar en un comportamiento totalmente desorientado, caótico.
El proyecto cuyas herramientas metodológicas estamos preparando está orientado por la hipótesis de que en algún momento o momentos desde la gestación hasta los dos o tres años se ha producido una fractura, una discontinuidad en el proceso de construcción y consolidación del sentido del apego y accesoriamente de la empatía, que son los pilares de la construcción de lo que denominamos la plataforma de despegue del niño y sus amarres con la realidad vinculada socialmente. Por ello es que estamos facilitando la formación de jóvenes de distintas carreras que recuperarán las historias de vida de los niños en búsqueda de los acontecimientos que podrían estar asociados con la interrupción o alteración del proceso natural espontáneo de desarrollo del sentido del apego. Pero que no puede decirse que se trata de un trastorno generalizado del desarrollo (2).
Es que estamos frente a la inquietante levedad de un niño sin amarras.
 Sobre el autor:
Dr. Luis María Sánchez de Machado
Centro de atención e investigación en Autismo Argentina
stop.autismo@gmail.com

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