Cuando pasamos los cuarentaytantoslargos, por lo general nos vamos acercando a una situación inédita en la que poco o nada hemos pensado.

Nuestros padres se están poniendo grandes, algunos comienzan a tener ciertas enfermedades, otros recrudecen sus conductas, algunos enviudaron o se separaron y se sienten solos… Se jubilaron, los hijos se fueron, su vida cambió y la nuestra también. Nosotros, que corremos con hijos tal vez adolescentes o jóvenes, o tal vez aún pequeños, trabajo más o menos estables, una pareja, amigos, una vida social, obligaciones, deseos, etc.…Nos encontramos frente a una nueva demanda que por lo general no teníamos calculada.

Empezamos a sentir -empiezan también a hacernos sentir- que nos necesitan más. Que ya no alcanza con el contacto que hasta ese momento teníamos, que ya no pueden ir al médico solos, que se quedan al lado del teléfono esperando que nosotros aparezcamos… que tienen miedo de salir, de encarar situaciones cotidianas. A veces comienzan siendo pequeñas situaciones que necesitan de nuestra presencia en momentos determinados; otras, enfermedades graves que nos involucran de lleno. Sea como sea con el tiempo se nos dificulta el manejarla y manejarnos en ella. Si tenemos o no hermanos con quienes compartir la responsabilidad, son particularidades que van determinando cómo encarar la situación.

Cómo alentar sus aspectos aún independientes suele ser un problema, sin embargo debemos acompañarlos a que no pierdan más de lo imprescindible. Que sigan o empiecen a salir a caminar, a un paseo, que se ocupen de quehaceres necesarios y factibles para sus posibilidades reales. Que -porqué no- encuentren una nueva actividad, un nuevo espacio donde desarrollar una sociabilidad por lo general relegada.

Estar junto a ellos en los momentos críticos, no tiene porqué significar dejarles de alentar sus aspectos independientes. Buscar para ellos la seguridad necesaria para las actividades cotidianas, no tiene porqué significar hacerlas todas por ellos. Elegir una persona que nos y los ayude en la cotidianeidad, no tiene porque ser vivido como un modo del abandono.

Encontrar el modo de hacerles y hacernos sentir y saber que estamos, poder mostrarles y sentir que estamos gustosos acompañándolos, sin por eso dejar nuestra vida, es el difícil equilibro a lograr.

La vida es como un músculo, más se desarrolla cuando más se utiliza: no privarlos de su vida, de sus espacios, acompañarlos a que encuentren ellos cómo continuar en su construcción, es una premisa…

Sobre la autora
María Adela Mondelli
*Consultora Psicológica
*Psicóloga Social
www.VivirMejorOnLine.com.ar

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *