Hoy en día es común ver a madres con cuerpos más tonificados y firmes que los de sus hijas, a pesar de la diferencia de edad. Son mujeres que van al gimnasio, hacen tratamientos estéticos, se cuidan en las comidas y hasta lucen ropa de estilo juvenil.
Viven pendientes de su cuerpo para mantener una figura impecable y joven, cueste lo que cueste, y entablan una competencia -implícita o explícita- con su hija adolescente. ¿Cómo afecta a una chica adolescente este “rol” que asume su mamá, que deja de ser por un rato su progenitora para convertirse en competencia, sobre todo, teniendo en consideración de que se trata de un momento de su vida en la que las crisis y desencuentros con las figuras que representan autoridad están en permanente conflicto?
En esta etapa, el vínculo con los padres ya de por sí se tiñe de competencia y desafío. Pero qué sucede cuando del otro lado nos encontramos con estas madres que quieren parecerse a sus hijas. En el proceso personal que la adolescencia inaugura, los temas más importantes son la identidad, el lugar en el mundo y en este sentido el cuerpo ocupa un lugar central, más aún en el caso de las mujeres: los cambios que iniciaron en la pubertad continúan desafiando a la adolescente en su permanente adaptación, sumado al interés puesto en las miradas de los otros. Entre otras cosas, la adolescencia es ese periodo en que se trata de ensayar la entrada al  mundo adulto, a la sexualidad y es allí donde la figura identificatoria de la madre es fundamental.
La relación madre – hija suele pasar por períodos críticos de amor odio, ambivalencia característica también de esta etapa del desarrollo. “Suele suceder que en este ensayo la adolescente se mire en el espejo materno, encontrando información acerca de este rol: lo femenino. Llega la hora de prestar ropa, maquillaje pero también de críticas hacia el look de la madre. Según las características de madre e hija la competencia puede tomar lugar día a día, exacerbado por la exigencia estética de la actualidad en la que mujeres adultas luchan por no envejecer, logrando una actitud general más cercana a la de su hija que a sus coetáneas. En esta época de la vida, la madre aparece como un espejo. Pero esta madre no le muestra una opción identificatoria del mundo adulto sino que le devuelve una imagen de par. La adolescente tendrá entonces que dar más giros hasta encontrar un sostén en la construcción de su identidad, compitiendo aún más con su madre ya que ambas intentan ocupar un único lugar: el ser joven, seductora, centro de atención.

 Un riesgo que crece

Una madre que quiere competir con su hija se puede traducir en distintos comportamientos: conflicto permanente, una hija que se resguarda de su madre. La necesidad de competir con su mamá, el miedo a no poder igualarla, la sensación de rivalidad influyen en forma negativa en la mente de cualquier adolescente
Esto, interviene en su autoestima: No hay una competencia de pares. La mamá tiene más experiencia, más camino recorrido. Esa adolescente se está comparando en desventaja con una mamá que no actúa como mamá sino como una hermanita. ¿Puede esto desencadenar patologías alimentarias? Si hay predisposición si, y: Una mamá con este comportamiento, con apego a su figura también es posible que tenga algún tipo de patología. Estas mamás que quieren verse como eternas adolescentes van en aumento. Es un tema cultural. En nuestro lenguaje está implícito el cuerpo, la comida, el embellecimiento, las dietas. Es difícil escapar a esto.
No es ilógico, entonces, pensar que a ciertas mujeres le asusten la madurez y caigan en la trampa cultural de ser siempre adolescente. En cada edad hay un encanto y se puede madurar siendo feliz.
Sobre la autora
Dra. Mabel Bello
Directora médica de ALUBA
Asociación de Lucha contra la Bulimia y la Anorexia
www.aluba.org.ar
 

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