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¿Qué remedio soy?

Los pacientes suelen decir respecto de sí mismos: «soy sulphur». Es más, muchas veces nos referimos a nuestros pacientes diciendo «es una pulsatilla de libro».  Esta costumbre es correcta?

En principio, cuando uno se siente en desequilibrio y consulta a su médico, es porque se da cuenta que desde hace algún tiempo su organismo no funciona como quisiera y no ha podido solucionarlo por sí mismo.

Cuando nos enfermamos nuestra energía vital se expresa por síntomas físicos como dolor de cabeza al despertar, o transpiración ofensiva de axilas, o síntomas psíquicos, como ansiedad estando solo, o temor a lugares estrechos.

El conjunto de la totalidad sintomática, producto de la expresión energética individual, singulariza un remedio. Esa sustancia en individuos sanos logra reproducir los mismos síntomas que expresa el enfermo en cuestión. De aquí que muchos pacientes tengan la creencia de «que uno es un remedio homeopático», esto es discutido o discutible.

En mi opinión el desequilibrio materializado en el remedio es nuestro «no ser». No «somos» ese remedio, sino que lo padecemos. Los síntomas, en todo caso, no nos permiten fluir, son en algún punto nuestro quiebre, algo que no nos permite ser.

Al ponerse en movimiento el reequilibrio energético con la sustancia correcta, esos síntomas que nos obstaculizan se diluyen y pasamos a conectarnos con nuestro yo. Muchos pacientes nos dicen «volví a ser yo». La enfermedad era vivida como una suerte de no pertenencia.

Uno NO ES un remedio, lo padece. Esto es de suma importancia pues muchos pacientes tienen acceso a la materia médica y dicen: mirá el remedio que me dio ese doctor, “yo no soy esa o ese” y hasta se enojan con su médico.

Para muchos pacientes es un honor ser un remedio determinado porque es bueno y altruista y es un desastre ser otro, que es indiferente  y olvida a sus hijos, por ejemplo.

Si estamos enfermos y padecemos una sustancia, que se puede manifestar por imposibilidad de conectarnos con nuestros seres queridos, amarlos como nos gustaría y nuestro bloqueo energético nos lo impide; o nos gustaría tener voluntad para trabajar y no hallamos incentivos ¡vaya oportunidad que exista una sustancia en la naturaleza que reproduzca tal padecimiento!

Un gran problema del ser humano son los juicios morales. Si no me puedo conectar, soy malo. Si soy arsenicum, por ejemplo, también soy malo, si soy egoísta no soy tan buena persona, o si soy sulphur, no soy muy agradable. Si soy benevolente, soy bárbaro. O sea, que si leo que belladonna es benevolente y me gusta ese rasgo es mejor ser belladonna, que mercurio.

Estamos «hechos» de esos juicios que nos condenan.

Como médicos deberíamos evitar emitir juicios morales. Nuestra tarea es acompañar a nuestros pacientes, no decirles lo que tienen que hacer. La evolución de cada uno de nosotros es individual. Necesitamos del contacto con otros seres para evolucionar pues somos seres sociales, interdependemos, somos el fruto de ello en alguna medida, pero lo que hagamos por nosotros mismos nadie lo hará por uno.

Por más ayuda que le brindemos a otro ser humano, cada uno es responsable de su propio crecimiento. Hahnemann decía que el médico debe ser un observador libre

de prejuicio, algunos lo interpretan como que hay que estar con la cabeza en blanco y no pensar en un remedio determinado al estar frente al paciente, yo agregaría también a esta gran propuesta, la de estar libre de juicios de valor. El médico es un referente muy importante para el paciente, muchas veces una mirada, un comentario, un gesto, puede ser crucial para el enfermo. Esta es la gran responsabilidad como profesionales. No ser omnipotentes, no fomentar falsa dependencia en nuestros pacientes ni grandes expectativas.

En muchos casos el paciente necesitará interiorizarse en otras disciplinas para crecer. Cada uno buscará su camino, y nuestra tarea como médicos es acompañar a nuestros pacientes en su búsqueda. En mi opinión la curación no pasa solamente por la toma del remedio bien seleccionado sino que se requiere de un trabajo personal de autoconocimiento.

Al conocerse y ser más consciente de sus limitaciones la relación con su entorno se vuelve más fluida, pues lo primero que debe saber todo individuo es, a ser paciente consigo mismo, darse permiso a equivocarse, que los errores son grandes maestros y necesarios para la evolución. En la medida que se tiene claro todo esto, la vida de relación se hace más valiosa pues se puede comprender el error del otro, la angustia, los celos o la envidia, sin emitir juicios de valor. Además de beneficiar a los demás, el que más se beneficia es el propio individuo, pues el bienestar que puede sentir en la comprensión del otro es un gran nutriente para el ser. Es una buena forma de trascender de sí mismo.

Sobre la autora
Dra. Vivian Suttin
Profesora Adjunta
Escuela Médica Homeopática Argentina
Tomás Pablo Paschero
www.escuelapaschero.org.ar 
info@escuelapaschero.com.ar

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