Corría el año 2737 antes de Cristo cuando un emperador chino llamado Sheng-Tun descubrió de forma casi fortuita una nueva bebida que iba a perpetuarse a través de diferentes culturas.
Durante un paseo a lo largo de un bosque, decidió descansar a la sombra de un árbol mientras bebía su agua hervida de costumbre. El otoño provocó que algunas hojas secas de este árbol cayeran de forma casual en el vaso del emperador que no dudó en probar ese líquido que se había tornado marrón y desprendía un aroma penetrante y muy agradable. De esta forma, la primera infusión de té vio la luz. Al principio el té sentó las bases de la medicina tradicional china y tuvieron que transcurrir varios siglos hasta que se popularizara como bebida. De hecho, la historia señalaba que el té era un elixir exclusivo de las personas de clase alta y con recursos económicos amplios. El té se extendió por toda China y era empleado como tónico, diurético, bálsamo, etc. sobre todo hasta el siglo III antes de Cristo. Existe en la actualidad un gran número de infusiones, es decir, bebidas realizadas a base de hierbas y agua, y de plantas aromáticas cuyas capacidades medicinales y contribución al buen funcionamiento del organismo están demostradas. Lo cierto es que, hoy en día, no es muy frecuente recurrir a ellas, ya que lo más común es decantarse por las bebidas con gas, el café o los jugos.
Las infusiones más comunes y conocidas en nuestra cultura no son medicamentos, aunque también poseen algunas propiedades beneficiosas. Cada país o cultura ha desarrollado de forma distinta el uso de las distintas infusiones de hierbas. Entre las ventajas más generales hay que destacar el hecho de que se pueden preparar en casa, lo que garantiza su pureza. Además, existen infusiones que se deben tomar calientes, por lo que pueden sustituir al habitual café y, en verano, se pueden tomar frías. Además, existe otra utilidad común de este tipo de hierbas, ya que por su carácter aromático sus hojas, flores, semillas o raíces se pueden emplear con el objetivo de dar olor y sabor a múltiples comidas. Lo normal no es encontrar estas hierbas en estado silvestre, ya que se corre el riesgo de no conocer exactamente el tipo de planta de que se trata, así que lo más común es adquirirlas en dietéticas o herboristerías donde, además, nos pueden asesorar sobre la capacidad de cada una de las plantas.
Las más comunes
Té: una de las infusiones predominantes en nuestra cultura es el té, realizado con las hojas de la planta que lleva su mismo nombre y que tiene capacidad estimulante, similar a la del café, aunque no daña el estómago, sino que ayuda a que éste realice sus funciones. Hay que resaltar, además de las mencionadas anteriormente, sus propiedades diuréticas, así como para mejorar la visión y la capacidad de atención.
Manzanilla: ésta es una hierba adaptada a los climas cálidos, semicálidos, semisecos y templados, de abundante presencia en Latinoamérica, cuyas hojas se asemejan al encaje y sus flores se caracterizan por sus tonos amarillos y blancos. Es una de las infusiones más empleadas en el mundo, ya sea como bebida o aplicándola directamente sobre la parte afectada. Desde tiempos antiguos, han empleado esta hierba para tratar los trastornos digestivos leves, como diarrea, gastritis, indigestión o cólicos, algo que en la actualidad también es común en nuestra cultura. Asimismo, es frecuente emplearla para irritaciones o inflamaciones oculares. Otros usos hacen referencia a las afecciones respiratorias (catarros, tos, asma, etc.), para limpiar heridas superficiales o tratar el acné.
Poleo: una de las más empleadas en forma de infusión, proporciona propiedades antiespasmódicas, antisépticas, reduce la flatulencia, ayuda en digestiones pesadas. También se emplea para ahuyentar los insectos de los cultivos. Las propiedades curativas se encuentran en la totalidad de la planta y su principal finalidad es la de optimizar las funciones digestivas. Además, es utilizada para catarros y tos.
Tilo: esta infusión es producto de un árbol que puede llegar a medir hasta 30 metros y puede crecer de forma silvestre, aunque lo más común, actualmente, es cultivarlo en climas cálidos, semicálidos y templados. La parte medicinal se encuentra en sus flores y frutos que contienen farmesol y proporcionan un olor agradable. Debido a sus capacidades sedantes es frecuente emplearla como tranquilizante, para calmar el estado nervioso. Además, ayuda a realizar la digestión y a dormir con facilidad. Aunque esa es su principal función también se emplea para reducir los problemas coronarios y arteriales, así como para cólicos y reducción de las irregularidades menstruales.
Valeriana: las propiedades medicinales de la raíz de la valeriana no se descubrieron hasta el siglo XVI, en el que se conoció su capacidad para controlar la epilepsia. Al igual el tilo, esta hierba, administrada con precaución, actúa contra el nerviosismo, como sedante y relajante. Sin embargo, si no se cuida la proporción del consumo puede dar lugar a la excesiva sedación del sistema nervioso, así como al retardo de la circulación y el descenso de la presión arterial.
Menta: existen cerca de 30 variedades de esta hierba. En gastronomía, se emplea para condimentar todo tipo de guisos, así como para aromatizar postres y, sobre todo, para producir licores. Se puede adquirir seca, fresca o en aceite.
Romero: el romero es una planta de color verde plateado que ha sido empleada desde la antigüedad con fines curativos del sistema nervioso y que, además, ha sido apreciada a lo largo de la historia por su persistente buen olor, parecido al del limón y al del pino. Las hojas son en forma de aguja. Se puede obtener este tipo de hierba fresca, seca e incluso en polvo, aunque también es muy frecuente encontrarlo de forma silvestre. Su empleo es muy común para la fabricación de cosméticos, así como para cocinar ensaladas, carnes o caldos. Los expertos aseguran que su aroma tiene la capacidad de reforzar la memoria y de mejorar la circulación.
Para TodoSalud
Investigación de Vera Alaniz