Alimentación sin dolor
Sin duda la opción vegetariana y vegana gana adeptos. La cuestión es convertir el hábito alimentario no en una necesidad sino en un ritual de agradecimiento a la vida.
Hemos entrado en un bucle ético curioso respecto a la alimentación humana. Más allá de cualquier consideración, nuestro estilo de vida y sobretodo la dimensión de nuestra población y la organización sociopolítica ha llevado a que unos pocos controlen a unos muchos. El resultado, entre otros, de esta delegación de poder absoluto a unas pocas multinacionales es el control alimentario al que estamos sometidos.
Cuando más del 60 % de la población vive apartada del medio rural, los alimentos provienen de producciones a escala industrial en su mayor parte. La agricultura se practica en monocultivos con variedades transgénicas e ingentes cantidades de fertilizantes que contaminan las aguas freáticas y los suelos y plaguicidas que envenenan el entorno y matan la biodiversidad del planeta. La ganadería de animales domésticos se ha convertido en una práctica también intensiva y poco respetuosa con la vida animal e igualmente con un fuerte impacto ambiental. La alimentación humana, es una las principales causas de deterioro planetario, a la vez que es la causa básica de muchas enfermedades para la mayoría de la población. La máxima hipocrática «haz del alimento tu medicina» nunca estuvo más alejada de esta sabia visión. En esta situación no es extraño que emerjan con más fuerza prácticas nutricionales que intentan mejorar la salud de las personas y reducir este impacto ecológico a nivel personal.
La práctica más común es la llamada dieta vegetariana de la que hay distintos tipos y grados: las que no admiten ninguna ingesta de productos derivados de los animales (como el huevo, los lácteos o la miel de las abejas) también conocidos como veganos, los que sí consumen leche y/o huevos, o los que se alimentan de fruta y verdura cruda, denominados crudívoros o frugivorismo. Aunque el concepto que está en boga es el veganismo que incluso ya funciona como marca «Vegan», es la práctica que rechaza la utilización y consumo de todos los productos y servicios de origen animal. El término «veganismo» es relativamente moderno ya que fue acuñado en 1944 por Donald Watson (1910-2005), con el objetivo de distinguir el vegetarianismo simple (sin ingesta de carne) del vegetarianismo estricto (ningún producto de origen animal, incluyendo leche, huevos, miel y ningún producto que los contenga.) por razones éticas.
La cuestión del comer es sin duda una de las ciencias que más literatura genera. Algunos expertos incluso discuten si realmente necesitamos comer plantas o animales, ya que argumentan que podríamos vivir de la luz del sol, ya que cualquier dieta, vegana o no, conlleva siempre el sacrificio de un ser vivo en beneficio de quien lo come. Las cajas llenas de verduras en un mercado no inspiran ningún sentimiento de imagen con dolor y sin embargo, las plantas sienten y sufren como los animales.
La nutrición moderna se ha convertido en un acto rutinario en lugar de ser un ritual consciente de agradecimiento a los seres vivos (plantas o animales) sacrificados para dar continuidad a otra vida, la humana en este caso. De hecho, en la naturaleza, las llamadas cadenas tróficas funcionan a modo de una gran red en la que todos somos alimentos en una etapa u otra. Incluso el ser humano, aparte de convertirse en alimento de algunos parásitos o depredadores de modo accidental, es materia nutricional cuando muere para una pléyade de seres vivos.
Si bien el veganismo está de moda sobre todo por las imágenes cruentas de las granjas industriales y el proceso de manufacturación cárnica (también del pescado) hoy surgen nuevas dudas. La ciencia está demostrando que las plantas son seres igualmente inteligentes y sensibles al igual que los animales silvestres o de granja. Algunos comités de ética ya están planteando que es necesario empezar a regular también los experimentos con plantas, o incluso que los cultivos agrícolas convencionales (ecológicos o con plaguicidas y fertilizantes) no respeta los mínimos éticos para las raíces de las plantas que es donde radica su inteligencia vital. El vaginismo se enfrenta ahora con una nueva evidencia, las plantas sienten, sufren y piensan al igual que los animales.
Una nueva relación con las plantas
Las plantas estaban en la Tierra mucho antes que cualquier animal. Nos aventajan en unos 400 millones de años y constituyen el 99 % de la biomasa terrestre. Es evidente que debemos cambiar nuestra relación simplemente utilitaria con los que son sin duda alguna los verdaderos propietarios del medio terrestre.
A día de hoy la ciencia ha demostrado sobradamente la cognición vegetal y es evidente que atendiendo a una responsabilidad ética frente a un determinado conocimiento habría que reinventar la agronomía y la silvicultura a raíz de estos nuevos descubrimientos sobre el sentir vegetal. El experto en bosques y botánico francés Francis Halle, advertía que «Habrá que considerar a las plantas como verdaderos extraterrestres que poblaron este planeta antes que nosotros y por tanto habría que aceptar la experiencia maravillosa de una alteridad absoluta. Si los animales son los maestros del espacio, las plantas lo son del tiempo y por tanto, debemos aceptar que no podemos comprender sus comportamientos a escala humano».
Las plantas estaban antes que los animales en la Tierra. Ellas representan el tiempo y ocupan el espacio de forma masiva y de forma inteligente.
Las acciones de toma de decisión, memoria, aprendizaje forman parte también del mundo vegetal, pero en las plantas estas se desarrollan de forma diferente y de formas no menos sorprendentes. Como reconoce el botánico Jaques Tasin en su libro ¿A quío pensent les plantes? (Ed. Odile Jacob, 2016), la vida vegetal nos sobrepasa porque «en las plantas la unidad y la comunidad coexisten en una misma forma viva».
Otros investigadores comparan un árbol a un hormiguero ya que el árbol dispone de una organización colectiva donde cada grupo celular realiza una función específica como las hormigas del hormiguero; de la misma forma que la reina del hormiguero controla su colonia con la producción de huevos, cada una de las células vegetales controla el crecimiento del árbol a la vez que hay ramas que almacenan el almidón para pasar el invierno cuando las hojas productoras de alimentos han caído en el otoño.
Con nuestra inteligencia centralizada respecto a la distribuida de las plantas que cuenta además con inteligencia colectiva, estamos frente a la perplejidad. Mientras nuestros pensamientos se forjan en una inteligencia individual, en las plantas la comunicación se parecería más al diálogo que hoy mantenemos los humanos en las redes sociales o en internet con nuestros móviles. Por tanto, si bien hay que reconocer que las plantas nos señalan una evolución a la cual el ser humano parece tender, no es menos cierto que esta tendencia nos obliga a un diálogo más concienzudo y consciente para incrementar nuestra comprensión del mundo vegetal. En este diálogo comer o servirse de las plantas debe afrontarse también desde una posición de humildad frente a seres con sentimientos. Estos vegetales yacen «muertos», arrancados sin ninguna compasión de la tierra. Sin embargo, no consideramos que merezcan nuestra compasión.
El veganismo está de moda, pero no reconoce el sufrimiento vegetal. Saltarse esta obviedad científica ahora es un buen ejemplo de que no basta con simplemente cambiar la opción nutritiva sino de cómo afrontamos el hecho nutritivo. Hoy no hay duda que de que las plantas disponen de una especie de sistema nervioso interno complejo que sirve como red de intercambio de información con el entorno y que a la vez comunica todas las células que participan en el organismo vegetal. No comprendemos el lenguaje de las plantas, pero conocemos algo de sus expresiones cuando estas se convierten, por ejemplo, en las señales eléctricas que podemos traducir a música. Debemos aceptar la grandeza del misterio vegetal en el que la inteligencia de las plantas que se encuentra distribuida a la vez por todas partes y en ninguna a la vez. Una cognición autoorganizada que permite emerger comportamientos colectivos de la sublimación de las capacidades individuales.
En las próximas décadas el estudio de las plantas va a ser una disciplina importante, no sólo por razones obvias de conocimiento científico, sino sobre todo para abrir un nuevo diálogo con seres que comparten y nos ofrecen sus «cuerpos» (tallos, hojas, flores, frutos, raíces) para darnos vida en forma de alimentos, medicinas, hospedaje, materiales estructurales, etc. Y todo ello no es sólo posible porque no se mueven y podemos buscarlas o cultivarlas fácilmente, sino porque nos muestran que gracias a esta dependencia entre los seres animales y vegetales, la Tierra experimenta la Vida.
Para TodoSalud
Vera Alaniz
Fuente: Terra.org