Desde que nacemos nos acomodamos y reacomodamos. Pasamos de bebés a niños, a púberes, nos transformamos en adolescentes y llegamos a la adultez. Y en esa etapa vienen nuevos cambios. Los cambios nunca dejan de pasarnos.
Esas transformaciones también implican pérdidas: el destete, cambiar de amigos, dejar el jardín y pasar a la primaria. En la tercera edad se pasa a la jubilación, comenzamos a perder seres queridos, a veces llegamos solos a determinada etapa de la vida. En cada una de esas pérdidas hay que elaborar un duelo, que puede ser más o menos penoso, pero siempre existirá. El duelo es un proceso que implica aceptar la pérdida. Durante todo ese tiempo el organismo y la personalidad de cada uno estarán comprometidos con la tarea. Esto se ve reflejado en sus acciones, incluso en las relaciones con los demás. Lo sano es no saltearse esta elaboración, incluso cuando el entorno intenta que no lo hagamos.
A los que nos rodean les cuesta vernos triste, intentan alejarnos –sin mala intención– de la tarea que nos corresponde. Si se dificulta la aceptación de esa pérdida se entra en un duelo patológico, es como tirar una pelota hacia adelante, pero en algún momento la volveremos a encontrar en el camino. Cuando se llega a determinada edad las pérdidas parecen multiplicarse, sobre todo aquellos cambios corporales que experimentamos. Con la vejez baja el rendimiento físico, se sienten más dolores, los roles que se tenían cambian, algunos experimentan el nido vacío y otros quedan viudos. Es bueno irse preparando para estas situaciones, tener condiciones internas que nos sostengan en los malos momentos, que nos permitan seguir activos aunque sea para atravesar el dolor.
Un duelo normal incluye una primera etapa de negación de la pérdida, luego vendrá la tristeza, el querer estar solo, la resignación y finalmente se resurge con la aceptación. En el duelo patológico la negación se prolonga, la persona somatiza en el cuerpo la pérdida no aceptada y se puede experimentar culpa, reproches y no logra reacomodarse. En el duelo patológico la persona no puede reconectar con lo esencial de la vida. Si se tiene una mirada positiva de la vejez se podrá encontrar en esta etapa los valores que se transmitirán a las generaciones más jóvenes. Los adultos activos son ejemplos para sus nietos, tienen actitudes creativas que inspiran a nunca bajar los brazos. La vida merece ser vivida hasta el último segundo.
Sobre la autora:
Dra. Alejandra Sanchez Cabezas
Directora de Proyecto Surcos
www.proyectosurcos.org