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DEJAR DE COMPETIR

¿DISCUTÍS O PELEAS? ES TU DECISIÓN

La discusión solo tiene sentido cuando la convertimos en un espacio para el intercambio. Lo importante no es quién tiene razón, sino cómo resolver el conflicto.
Jorge Bucay -Terapeuta gestáltico y escritor.

-¿Cómo podemos, en un mundo competitivo como el actual, conseguir que el ámbito doméstico sea un lugar pacífico y de mutua colaboración? -¿Se puede construir un oasis de paz y nutrición en nuestra casa, cuando fuera de ella somos bombardeados permanentemente con las malas noticias y la sensación de un incierto futuro?
-¿Cómo lo haremos para no dañar a los más queridos con esa actitud de estar siempre a la defensiva, previendo un ataque que no sabemos de dónde vendrá?
-¿Podemos mantener nuestro entorno sano, sin contagiarlo ni contagiarnos de esa enfermedad tan diseminada conocida como la lucha por el poder?
Las preguntas son más que pertinentes y encontrar las respuestas, un desafío más que urgente, ya que este tipo de relación, caracterizada por la rivalidad y la competencia continua, no está ya limitada a la comunicación entre naciones en conflicto ni al enfrentamiento entre algunas regiones
del planeta.
Esta lucha aparece también, y cada vez más, en lo cotidiano, adquiriendo presencia notable y agravada en las relaciones más íntimas, como las de pareja o los vínculos intrafamiliares. En cada discusión, siempre hay dos objetivos: encontrar la verdad y concluir quién tenía razón. Si somos los vencidos, nos sentiremos poca cosa, humillados y despojados de nuestra autoestima, rumiando cómo lo haremos para ganar la próxima vez. Si ganamos, sentiremos el dolor de haber herido a quienes queremos y adivinaremos el resentimiento y el rencor de los derrotados, que, tarde o
temprano, buscarán revancha. En cualquier caso, la espontaneidad del vínculo y las ganas de abrir mi corazón al otro se habrán cancelado o, cuando menos, quedarán archivadas tras un altísimo muro protector.

¿DISCUTIS O PELEAS?
Nadie puede pensar seriamente que no debería haber diferencias y conflictos entre los miembros de una pareja o entre los integrantes de una familia; pero desacuerdo y conflicto no significan pelea, ni agresión ni palabras hirientes. Desde el punto de vista etimológico, la palabra discusión nada tiene que ver con un enfrentamiento hostil. Para algunos, proviene de discurso y evoca el parlamento de alguien que intenta establecer, con sus palabras, por dónde “corre” su pensamiento.
Para otros, más preciosistas, discutir deriva del latín quatere, que significa más o menos “sacudir”; se usaba en la antigua Roma para describir la acción de los agricultores cuando agitaban una planta recién desenterrada para ver cómo estaban sus raíces. Una discusión tiene sentido si su fundamento es mostrar y exponer las raíces de mi pensamiento, para poder comparar su solidez con las raíces del tuyo. Un espacio muy lejano a una guerra de palabras; un lugar, al contrario, proclive al intercambio y al crecimiento. Es en la comprensión de este concepto donde radica el misterio de poder disentir y ser diferentes, sin entrar en la enfermiza lucha de poder.
Discutir no es, pues, “te voy a demostrar que mis ideas son más sólidas que las tuyas”, sino “déjame saber las raíces de tu pensamiento para que yo puede aprender de ellas y cotejar mis ideas con las tuyas, y así afinar las de ambos –o, por lo menos, las mías–”.
Más allá de algún descubrimiento etimológico, nada de lo dicho es una novedad. ¿Por qué seguimos discutiendo, entonces?
La respuesta también nos viene al mirar el significado de lo que decimos. Sabiendo que cada pelea es una lucha de poder, el enfrentamiento hostil es el único camino de quienes no toleran sentirse impotentes. Y cuanto mayor sea la amenaza de sentirse así, o mayor sea el temor de encontrarse en esa situación, más agresiva, brutal y encarnizada será la manera de discutir. El saber popular enseña que “la prepotencia es la potencia de los impotentes”. Debajo de toda hostilidad, se esconde el miedo que más asusta: el de la indefensión. Y esto vale para hombres y mujeres, en todos los entornos, en lo laboral, en lo social, en lo político y, por supuesto, en el ámbito de la
pareja y la familia.

Sobre el autor: Jorge Bucay -Terapeuta gestáltico y escritor.
Fuente: http://www.bucay.com

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