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Mecanismos de defensa

Si entendemos esto, entonces podemos mirar nuestros motivos y empezar a ver de dónde vienen.
Las acciones que sintió que estaban mal y la necesidad de esconderlas de los demás, es fuente de culpabilidad y hostilidad.
Si uno ha sido incapaz de resolver un problema satisfactoriamente, puede sentirse «forzado» a cometer una acción por la que se sienta mal. Podemos llegar a estar bastante perturbados si consideramos que hemos hecho algo cruel o injusto a otra persona, especialmente si esto es algo que tiene que ocultar, y más aún si alguien se puede enterar de ello. En ese caso, se puede racionalizar nuestra acción para justificar y encontrar razones por las que el acto fue merecido y, de hecho, no tan malo después de todo.
Somos severos con nosotros mismos (en lugar de aprender las lecciones de nuestra experiencia) y en consecuencia lo proyectamos, anticipando que los demás serán igualmente severos.
Una relación satisfactoria con otra persona requiere de una buena comunicación, entendimiento mutuo y empatía. Si hay una baja significativa en alguno de estos factores, sobreviene un cambio indeseado o la ruptura en la relación; por ejemplo, no estamos de acuerdo y tenemos una discusión, entonces continúa el malestar y ya no nos hablamos más. El malestar se produce cuando hay una desviación repentina de lo que se quiere o espera. Tales trastornos emocionales tienen consecuencias inevitables; una relación pobre causa una disminución en el tono emocional. La gente puede estar igualmente molesta con objetos o situaciones si hay una reducción en el control o la comprensión; por ejemplo, puedo molestarme si mi coche se descompone o si de repente me enfermo.
Su sensación de control sobre las situaciones puede perturbarse si alguien evalúa las situaciones de forma diferente a la suya y, en particular, si le obligan a entender lo que el otro entiende, diciéndole lo que debe o no hacer. Una crítica sobre lo que ha hecho o sobre su capacidad, también pueden causar perturbaciones.
Acompañando a estos factores están las decisiones que se han tomado de cara a situaciones de estrés y ansiedad, y que se han convertido en ideas fijas y sirven de mecanismos de defensa para mantenerlo a salvo de que situaciones semejantes se vuelvan a producir. Es el dolor emocional o la amenaza de tal dolor lo que mantiene esas ideas distorsionadas en su lugar, incluso cuando ya no son racionales. Es en los momentos de malestar o perturbación que nos aferramos a ciertas ideas y creencias en particular, a fin de protegernos para justificar nuestras acciones (aunque en secreto me sienta mal por ellas) y hacernos sentir bien. Es posible que sintamos la necesidad de hacer que sea el otro quien está equivocado -para manipularlo, o hacerle nuestras propias evaluaciones y críticas- a fin de sentir que nosotros somos los correctos.
Cuando una persona hace algo en lo que siente que se equivoca, puede asumir la responsabilidad o -y esta es la norma, lamentablemente- puede empeñarse en tener la razón de la situación; racionaliza para justificar su acción de modo que comienza a creer que en realidad no estaba mal sino que estaba justificado. Yo estoy correcto, el otro está equivocado. Es una necesidad humana «tener la razón», pero no una muy consciente (un punto de vista consciente no es que uno o el otro estén bien o mal). Esta justificación proporciona un motivo para la acción y se expresa normalmente como crítica desde el que originalmente estaba equivocado. Se trata de un punto de vista de «niño», frente a uno responsable de «adulto».
Investigación
de Vera Alaniz para TodoSalud
Fuente:
www.trans4mind.es

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