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Los animales como espejo para el autoconocimiento

Llegan a nosotros a enseñarnos
Hace muchos años, uno de mis primeros maestros espirituales decía: “vivimos en el salón de los espejos”. En ese entonces, no entendía con claridad, internamente, lo que esa simple y profunda frase quería decir. Y a medida que fui evolucionando y creciendo en mi nivel de conciencia, empecé a comprender.
Somos un alma, una pequeña parte de un gran ser que proviene de la Fuente, que encarna (se materializa en un cuerpo físico, emocional y mental) para aprender a volver a casa con “la tarea hecha”. Vamos pasando de grado. Una vez que aprendemos lo de primer grado, pasamos a segundo. En segundo grado ya las pruebas dan por sentado que sabemos lo de primero, no nos lo vuelven a tomar. Pero hasta que no aprendemos lo de primero, siguen los exámenes y repetimos hasta haberlo aprendido. Si esto no sucede, cuando estemos en segundo, aparecerá alguna vez alguna situación que recuerde eso que tuvimos que tener incorporado y se nos presentará como un atasco, que tendremos que sortear para seguir avanzando. El aprendizaje es interno. La vida, como evaluador, no nos permite hacer trampa. Es imposible, aunque tengamos la intención de hacerlo.
¿Qué es un espejo?

Un espejo es algo que permite ver nuestro propio reflejo. Su cualidad fundamental es la refracción de la luz y de las sombras, que permite percibir una imagen idéntica de aquello que está reflejando. Cuando nos miramos en un espejo, no se nos ocurre decir: “qué despeinado estás, espejo, peinate”. La solución para ese despeinamiento es peinarse uno y entonces veremos el cambio en el reflejo.
Parto de la base que todos nuestros vínculos, en todas sus expresiones, son como espejos. Vemos (percibimos) en ellos aquello que estamos emanando. Nada más; nada menos.
Los vínculos más cercanos son los que más desafíos nos proponen, porque es como si fueran un espejo con aumento, de esos que usamos para ver los poros de cerca, como si tuviera una lupa.
La naturaleza pura de los animales
Los animales, por su naturaleza, tienen una sensibilidad muy acrecentada. Su relación con el afuera es instintiva, intuitiva y directa. Independientemente de que toman decisiones en las distintas circunstancias para, por ejemplo, resolver problemas, su respuesta frente a lo que sucede a su alrededor no está mediatizada por las elucubraciones mentales, los rebusques ni las especulaciones. Algo sucede, hay una respuesta, que puede tener su origen en distintas experiencias previas, pero que fundamentalmente se relaciona con lo que están recibiendo aquí y ahora, en esta experiencia particular. Dependiendo de la naturaleza de la especie con la que nos estemos relacionando, y también del individuo en cuestión, las manifestaciones de respuesta ante nuestra propuesta van a variar. Un caballo, animal de presa que debe cuidarse de los depredadores para subsistir, responderá con una sensibilidad muy alta ante un movimiento inesperado, con excepción de que haya aprendido previamente que ese movimiento no es peligroso. Un perro o un gato, por su parte, son depredadores, aunque puede ser más o menos seguro de sí mismo, lo cual le dará su lugar en la jerarquía. Y de eso dependerá su respuesta ante estímulos externos.
Reconocer lo propio
Lo que nos pasa a los humanos en nuestra relación con ellos, lo que sentimos, lo que respondemos ante sus propuestas es enteramente nuestro. Nuestros sentimientos son propios, nuestras reacciones también lo son. Por ejemplo: si mi perro “hace lo que quiere, no sigue las reglas, invade mis espacios” y yo me enojo, el problema en cuanto a la puesta de límites es mío. Soy yo, como líder, quien no está siendo capaz de establecer con claridad las normas de convivencia. Y el perro lo que hace es mostrarme esa dificultad. En cuanto soy capaz de comprender mis propias emociones y puedo accionar en consecuencia (para transformarlas, si no llegaran a gustarme) y cambio mis actitudes con el perro, éste responderá instantáneamente. Es así de simple. Aunque no sea sencillo hacer el cambio.
Cada uno es cada cual
Esto que acabo de decir no significa que el otro (en tanto otro) no tenga su propio temperamento, sus características individuales. Creo que nos llega a la vida exactamente lo que necesitamos para evolucionar. Tenemos los espejos perfectos para vernos, conocernos y transformarnos. Lo que vemos (o percibimos con cualquiera de nuestros sentidos, incluyendo el sexto: la intuición) espeja algo propio. Ya sea luminoso o sombrío. Nos guste o no.
Aquí se aplican dos leyes universales: la ley de vibración, que dice que todo vibra, está en permanente movimiento y que la cualidad de esa vibración resuena por similitud con lo que toca. Es como la onda de una radio. Si sintonizamos en una determinada frecuencia, podremos captar lo que llega a través de esa frecuencia.
Por otro lado, también aplica la ley de correspondencia, que dice: tal como es adentro es afuera, tal como es arriba es abajo. Un árbol de mandarina no puede dar manzanas. Si mi energía es amorosa, es lo que voy a emanar y recibir de regreso. Pero si no tengo amor internamente, de dónde voy a sacarlo para ofrecerlo a otros. Si, siguiendo con el ejemplo anterior, no tengo paciencia con mi perro, van a aparecerme 500 perros (o hijos o parejas o jefes) que me muestren la necesidad de desarrollar la paciencia desde adentro. Una vez que aprendo la lección, ya no tengo que volver a pasar la prueba. O me vuelve a tocar, pero ya encuentro los recursos internos para hacerlo. Eso, así de simple, así de difícil, es lo que podemos aprender con los animales, que nos lo muestran clara y directamente. Si no me siento segura y firme, me será imposible invitar a un caballo a seguirme, porque él leerá mi inseguridad y sabrá que no es seguro seguir a este líder miedoso.
Para comprenderlo mejor: imaginen por un momento un avión. El líder es el piloto. Si el avión entra en una zona de turbulencia y el comandante se pone nervioso y se asusta y transmite esa emoción a su grupo (la tripulación y los pasajeros), ¿qué sucedería? Un desastre. En cambio, si el capitán está tranquilo y sereno, transmite esas emociones y esa actitud será más probable que ese avión llegue a buen puerto.
Entonces, cada vez que sintamos algo con respecto a cualquier encuentro con un animal (o en cualquier otro vínculo) en lugar de gritarle o quejarnos con el espejo porque está despeinado, miremos hacia adentro para ver qué podemos modificar para que el reflejo cambie. Pequeño desafío, ¿no?
Sobre la autora:
Lic. Verónica Kenigstein
Terapeuta vincular
www.veronicakenigstein.com

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