La peregrinación es una práctica tan antigua como el hombre mismo y desde entonces está asociada a algo religioso. La palabra “religión” quiere decir re-ligar, juntar, reunir cuerpo, mente y espíritu.

Los peregrinos viajeros son buscadores de sentido. Llegan hasta lugares desconocidos, enigmáticos, de enorme belleza, en busca de experiencias diferentes que les permitan contactar con la totalidad, lograr una mayor integridad y ser más coherentes con ellos mismos. Muchos buscan encontrar lo que llaman fe o acaso recuperar la que una vez tuvieron y luego se perdió.

A estos sitios hacia los que sus pasos conducen se los llama lugares sagrados. Existen en todos los países y constituyen la configuración sagrada de la Tierra.

El ser humano se dirige hacia estos lugares sagrados por diferentes motivos. Los más racionales se aferran a la sorprendente o bella arquitectura y lo grandilocuente de las construcciones en piedra tallada. Mientras los más devotos hallan una excelente razón para el recogimiento, la meditación y el trabajo interior. También hay quien se dirige a ellos movidos por la necesidad de ofrecer votos que les otorguen a cambio salud, amor, prosperidad. O se acude simplemente para ponerse en contacto con lo que cada uno siente como fuerza superior: llámese Dios, existencia, universo, naturaleza, alma, yo superior, sí mismo… Sea cual fuere el caso, con seguridad al entrar en contacto con la tremenda y misteriosa energía de estos parajes hay algo interno que se fortalece y, al regresar, nadie es el mismo que antes de partir. Es la propia fuerza del lugar la que genera esta vibración capaz de renovar al ser humano, quien muchas veces se dispone, a su vez, a convocarla a través de la celebración de un ritual o a solas bajo la sombra de árboles sagrados o en contacto con piedras, cristales, templos o santuarios.

A veces parece que por el simple hecho de estar en un lugar antiguo, especialmente si se conserva en buenas condiciones como el Machu Picchu, Glastonbury o la isla de Pascua, la tierra nos comunica algo por medio de alguna clase de ósmosis. Este efecto-intelectual o intuitivo- puede ser instantáneo u ocurrir de forma más sutil mucho tiempo después de la visita… pero una vez que se ha oído el llamado de las piedras, el individuo se siente envuelto en una fuerza irresistible, una atracción magnética… que le despierta el enorme deseo de pisar los antiguos lugares sagrados de todas partes.

El viaje, como la vida, nos asegura una transformación constante. Cada paso que nos atrevemos a dar deja oír un eco en nuestro interior, trasmitiéndonos el sosiego de saber que estamos caminando por el sendero de retorno a nosotros mismos.

Sobre la autora
Graciela Matteucci
Viajes del Alma
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