El proceso de la vida puede plantearse en las siguientes etapas: nacimiento y niñez de 0 a 14 años, adolescencia de 14 a 28, adultez de 28 a 45, madurez de 45 a 65, y de 65 en adelante 3º edad.
Cada etapa de la vida tiene sus características particulares en lo que hace al pensar, sentir y hacer. En algunas el cambio es mayor que en otras pero cada una tiene sus particularidades y sus crisis. La adultez se caracteriza por pocos cambios físicos. Es una etapa en la que la persona está dedicada a cumplir con sus proyectos, los que luego se desarrollarán a lo largo de la vida y que de no cumplirse, más adelante sentirá frustración. Es una etapa activa y vigorosa en la que se forma la personalidad. La mira está puesta en los logros, en el proyecto de vida, en la planificación del futuro. Es la integración de lo obtenido en la niñez y en la adolescencia, en el hogar y en el mundo externo.
En esta etapa nos ocupamos de conseguir un buen trabajo, de obtener un Título Profesional, de casarnos, de tener hijos, de obtener nuestra vivienda. Nos planteamos de que queremos trabajar el resto de nuestras vidas, que tipo de familia queremos, cual es el modelo de vida que queremos para nosotros, competimos para ser los mejores y obtener más dinero, prestigio, fama y amor. Sentimos que en esta etapa debemos construir la base sólida para el resto de nuestra vida. Si no lo obtenemos, y aun si lo obtenemos, aparecen la crisis ya sea por la frustración de no obtener lo que queríamos o porque lo que estamos obteniendo no cumple con nuestra ideal.
Pertenecen a esta etapa la crisis de finalización de la Carrera: pasar de estudiante a profesional; la crisis al pasar de soltero a casado, la crisis de pasar de mujer a madre, la crisis de tener más de 30 y no haberme encontrado el hombre o la mujer ideal, la crisis de haber dejado la profesión para ser madre, la crisis porque otros llegan al puesto deseado laboralmente y yo, aún no.
Según Edward Bach enfermamos porque existe un conflicto entre el alma y la personalidad.
La mayoría de nosotros no puede escuchar lo que nuestra alma dice acerca de lo que es lo mejor para nosotros y nos empeñamos en seguir los dictados de nuestro ego. Nuestro ego quiere, por lo general, cosas rápidas, fáciles, que no impliquen conflicto con nuestros seres querido, que den buenos resultados en poco tiempo y con poco esfuerzo. Necesita obtener cosas, vínculos, logros, éxito, amor, satisfacción sin tener en cuenta el tiempo ni la calidad de los procesos necesarios para lograrlos. Y muchas veces, contra viento y marea, logra lo que quiere pero sigue insatisfecho.
Aparecen entonces emociones encontradas: culpa, rabia, incertidumbre, miedos, abatimiento, impotencia, intolerancia, impaciencia, orgullo, celos, angustia, confusión, etc.
Estas y otras emociones son las que, de no tenerse en cuenta comienzan a enfermarnos.
Los remedios florales tienen la cualidad de elevar nuestras vibraciones energéticas y abrirnos a la recepción del yo espiritual; de esta manera la Naturaleza, con su virtud particular, nos libera de lo que es la causa de la enfermedad. No hay verdadera curación si no hay cambio de perspectiva, paz espiritual y felicidad interior.
Los remedios florales ejercen una influencia notable sobre la personalidad y ayudan al bienestar general independientemente de la estructura caracterológica del individuo, pues serán eficaces aún cuando la persona no crea en su acción benéfica e independientemente del nivel de evolución de su conciencia, y su efecto puede ser aumentado sensiblemente mediante el trabajo consciente, lo que implica un trabajo terapéutico en el que la persona comprenda el proceso que lo ha llevado a su enfermedad y acompañe el proceso de su sanación.
Sobre la autora
Lic. Alicia Mabel Alfuso
Terapeuta Floral – Astróloga Humanística
Psicóloga Socia – Técnica en Biomagnética
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