Necesitamos «etiquetas» como referencia para saber dónde estamos parados y tener sensación de control y seguridad.
Quizá la palabra «desequilibrio» es más justa y nos incluye a todos, porque
todos estamos expuestos al desequilibrio emocional. Los altibajos emocionales
forman parte de nuestro día a día y no excluyen a nadie, con o sin
diagnóstico.
La salud mental y emocional no se puede desligar de la salud en general. En este sentido, todos y cada uno de nosotros debemos cuidar nuestra salud tanto en lo físico como en lo químico, mental y emocional. Eso implica conocer cómo YO recupero el equilibrio en mi vida, ya que no es algo fijo.
Las emociones son necesarias y cambiantes. De hecho, nos informan de cómo sentimos lo que nos toca vivir y cuál es nuestra sensibilidad ante lo externo y lo interno. Forman parte de nosotros y no podemos controlarlas (decidir qué voy a sentir), pero si reconocerlas y canalizarlas de forma
constructiva aprovechando su información.
Cuando una emoción se intensifica y nos atrapa, dejamos de pensar reflexivamente: el pensamiento se vuelve rápido, automático y coherente con lo que siento y lo refuerza en bucle. Es como si, delante de una herida, en lugar de limpiar, desinfectar y atender para curarla y que se cierre, yo mismo la reabriera constantemente para no olvidar el dolor que me causa
y entrara en un bucle sin fin.
Hay que entender y aceptar la importancia de nuestras emociones. Entender el hecho que enojarse, entristecerse o tener miedo no es una patología, si no que forma parte de la vida y son necesarias. Lo que nos lleva al desequilibrio es atraparse en la emoción, precisamente por tenerle
miedo o por tener razón, así como no atender el resto de nuestras necesidades biológicas, psicológicas.
Lo que vamos a encontrar, sentir o ver, lo que va a pasar exactamente mañana, es incierto. Podemos intuir, pero no determinar el futuro. El siguiente minuto de nuestra vida es incierto y eso es un hecho, no un deseo. Necesitamos vivir sin miedo esa incertidumbre real que es la vida y centrarnos en la única certeza del aquí y el ahora: cómo estoy ahora, qué siento y qué puedo hacer en este momento con lo que vivo. No hay más. Podemos anticipar y planificar cosas basándonos en nuestra experiencia a fin de vivir proyectos a largo plazo, pero nada nos garantiza que vaya
a pasar como hemos planeado. Si somos conscientes de eso podremos centrar nuestra energía en el momento presente -lo único que tenemos realmente en nuestras manos- y así simplificar nuestra vida.
Hablamos de aceptar que no podemos controlarlo todo. Un factor clave para una buena salud es el equilibrio entre lo que siento que necesito controlar y lo que realmente puedo controlar. Simplificar es reducir esa diferencia para fomentar la salud mental y global hasta llegar a un balance
satisfactorio de nuestro día, para seguir adelante.
Investigación de Vera Alaniz para TodoSalud / Fuente: www.larevistaintegral.net